miércoles, 10 de julio de 2013

EL HOMBRE DE PAPEL

                                     “A la memoria de Matthias Sindelar 
                                  y de aquellos a los que intentó salvar”

- En serio Sindy, no sé cómo voy a hacer pero voy a pagártelo. 
- Ya te dije que no es nada, callate y pasame una Stiegl.

Conociendo mi ya tan característica tradición  de tomarme un litro de cerveza después de cada entrenamiento, Gerhard dejó volcarse el contenido de la Stiegl en un porrón y acomodó a su lado otra abierta con la tapita apoyada en la boquilla para que no se perdiera el gas. Una vez vacío el chopp, me levanté del banco y me dispuse a pagar lo que correspondía:

- ¿Cuánto te debo?
- ¿Me estás cargando? Sabés muy bien que nunca voy a poder saldar mi deuda con vos, de ahora en adelante podés servirte lo que quieras sin culpa ni permiso.
- ¿Otra vez con eso? Me tenés cansado Gerhard. Nos vemos más tarde.

Dejé en la barra veinte Reichsmarks (Moneda que nos obligaban a usar desde la anexión) y salí del bar apresurado para evitar que Gerhard me alcance y meta el billete nuevamente en el bolsillo.  

Al llegar a la esquina tres muchachitos se entretenían haciendo jueguitos con una pelota prácticamente gris del desgaste que los adoquines le habían hecho sufrir al tiento. Quizás fue la nostalgia, o el extrañar a mis viejos amigos pero no pude evitar ser atrapado por la mística de patear una pelota sólo por diversión y recordar aquéllas tardes en Kozlov jugando con los chicos, mañana y tarde hasta la hora de la merienda. Al percibir mi presencia, el más pequeño de los pibes, un gordito rubio de unos 8 o 9 años con la cara plagada de pecas, se me quedó mirando, intenté taparme la cara con la gorra pero el pequeño alertó a sus compañeros señalándome con el índice:

- ¡El hombre de papel! ¡Josef, Karl, miren, miren! ¡Es el hombre de papel!
Uno de sus compinches le volvió a poner los pies en la tierra:
- ¡Ay, no seas tarado Peter! Mirá si Matthias Sindelar va a estar acá, en éste barrio mugroso mirando a tres bobos jugar a la pelota.

Intenté mantener la seriedad pero no lo logré y solté una carcajada:

- Jajaja, es cierto pequeño, además mañana la selección juega “El partido final”. Sindelar debe estar concentrando para llegar bien al encuentro.

- ¿Ves Peter? No tenés que ser tan crédulo, siempre armando alboroto por cualquier estupidez.      

- ¿Les molesta si juego un ratito con ustedes? No soy muy bueno y hace años que no toco una pelota pero estoy cansado de trabajar y tengo ganas de divertirme.
- ¡Claro! No hay problema. Mire, el juego consiste en que la pelota no toque el suelo, cada vez que uno de los jugadores se la pasa a un compañero debe decir un número en voz alta, ese número es la cantidad de veces que el jugador que recibe el balón debe tocarlo sin que se le caiga antes de pasárselo a otro ¿Entendió?
- ¡Perfectamente! Vamos a ver que sale.

Comenzó Peter. Tomó la pelota con sus cortos dedos, la soltó, hizo dos jueguitos con la rodilla derecha y se la pasó al que parecía ser el hermano mayor, Karl, al grito de “¡3!”. Karl la paró con el muslo izquierdo, la dejó caer hasta golpearla con su pie derecho, con el que la levantó y se la pasó de cabeza a Josef al grito de “¡1!”. Josef hizo un paso atrás y de una se la devolvió a Karl al grito de “¡4!”, Karl la golpeó tres veces con la zurda y a la cuarta me la envió a mí al grito de “¡3!”. Yo la paré de pecho, la dominé con la rodilla izquierda y al disponerme a arrojársela a Peter, disimulé tropezarme y caerme al suelo. Los muchachitos rieron hasta las lágrimas, Peter se tiró al suelo y se destornilló a carcajadas mientras se tomaba la panza: 

- ¡Jajaja! Usted no es el hombre de papel, usted es el hombre de madera, jajajaja.
- ¡Eh, fue un tropezón solamente! No se burlen, ya estoy un poco viejito para esto. A ver, una vez más, la última, que mi señora me espera en casa.

Ésta vez el encargado de iniciar el juego fue Karl, que hizo tres jueguitos con la pierna derecha e intentando volver a mofarse de su invitado, me arrojó la pelota con una mueca de sonrisa al grito de “¡14!”. La paré con la zurda y la envíe hacia arriba con la derecha, la dormí en el pecho, me arqueé hacia atrás y tiré los hombros hacia delante en un golpe seco, el balón volvió a mi zurda, lo golpeé cuatro veces antes de hacerlo flotar en el aire,  cabecearlo tres veces seguidas y dormirlo en la frente, incliné la cabeza de lado a lado unos diez segundos con la pelota recorriéndome el cráneo de sien a sien, luego la dejé rodar por mi espalda y le di un tacazo que la hizo pasar por encima de mi cabeza y se la devolví a Karl al grito de “¡2!”. El balón flotó lentamente en el aire atravesando la distancia entre Karl y yo y lo golpeó en la nariz de su rostro boquiabierto, gesto que compartían los tres muchachitos.

- ¡Ey! ¿Qué pasó? La dejaron caer, duró poco. Bueno, me voy porque no quiero líos con la patrona ¡Suerte chicos! No se preocupen, a los alemanes les ganamos con los ojos cerrados.

Cuando ya me había alejado media cuadra oí el grito de Peter anunciándoles a sus todavía estupefactos hermanos el fin de la discusión:

- ¡Vieron! ¡Les dije! ¡Era Sindelar! ¡Era el hombre de papel!     

Una vez en casa, me senté a disfrutar unas crepes de manzana que me esperaban todavía calientes sobre la mesa.

- ¡Matthy! No te escuché llegar ¿Cómo te fue?
- Bien, bien, después de entrenar tomé una cerveza en lo de Gerhard, y me prendí un ratito con unos muchachitos que pateaban una pelota en la esquina del bar ¿A vos amor?
- Bien también, a la tarde fui a lo de Hannah. Me contó lo de la tienda de antigüedades de Kraus ¡No me dijiste nada!
- Somos amigos de toda la vida, es lo menos que podía hacer. No me parece motivo para andar alardeando.
- Para alardear no, pero si no fuera por vos le habrían pagado una miseria. Lo que no entiendo es porque cerró la tienda igual.
- Le dije que no se haga problema, que ahora estaba a mi nombre pero que podía seguir usándola como si fuera suya, como hace Gerhard con su bar, pero no quiso. La Gestapo le sigue los pasos desde hace semanas así que prefirió dejar el país.
- ¿Y a dónde se fue?
- No me quiso decir, dijo que cuanto menos se sepa mejor. Y tiene razón.
- La verdad que sí.
- Bueno, me voy con los muchachos que tenemos que concentrar para mañana.

Pensar que, hace cuatro años Mussolini y el ladrón que se hacía llamar árbitro nos habían robado la posibilidad de levantar la Copa del Mundo.  Todos sabían que éramos los mejores, “El equipo de las maravillas”, y nos quitaron nuestra primer estrella sin siquiera disimularlo frente a esa horda de italianos hipócritas que festejaban el triunfo de la violencia, la mentira y la muerte gozosos y sonrientes. Pero eso no era suficiente y ahora me encontraba en el verde césped de frente al palco del más hijo de puta de todos, de frente a su odioso bigote y su comitiva de asesinos obligado a extender el brazo como saludo de honor al repugnante de mierda ése, obviamente, a diferencia del resto jugadores, yo me ahorré aquella denigrante bajeza por lo que desde antes de comenzado el encuentro ya tenía la mirada de todo el estadio persiguiéndome por el campo de juego.

El partido arrancó, siguió y terminó siendo una humillación, les pegamos un baile bárbaro. En el comienzo me dediqué a hacer ostentación de mi apodo atravesando espacios por los que no cabría ni la sombra de un alambre. La pelota pasó más tiempo bajo mi suela que bajo la luz del sol, pero no podíamos ganar, habían organizado el partido que pondría fin a la existencia de nuestra selección (A partir de aquél día formaríamos parte de la suya), por lo que no importaba si por uno, dos o tres goles, pero Alemania debía ganar y todo estaba planeado para que así sea. Mientras mi tolerancia duró, el partido continuó 0-0. Al tomar la pelota, la apretaba contra el suelo y empezaba el show, cintura hacia un lado, pelota hacia el otro, cintura hacia un lado, pelota hacia el otro, los alemanes parecían bailar la polka. Cuando sólo me quedaba por desparramar al portero, me daba media vuelta y tiraba un pase atrás moviendo la cabeza de un lado a otro como diciendo “¡No!”, como anunciando “Señores, éste partido es un engaño”, como advirtiendo “Antes de entrar a la cancha cinco personas armadas hasta los dientes ingresaron a nuestro vestuario y nos insultaron, y nos apoyaron sus revólveres en la cabeza, y nos recordaron que ya no éramos la República de Austria sino “La marca oriental”, un pedazo de tierra destinado únicamente a colaborar con su sangriento y repulsivo imperialismo”.

Pero mi paciencia tenía un límite, y el límite era la mueca de satisfacción que el malnacido de mierda ponía cada vez que “errábamos” un gol. Mediando el segundo tiempo la indignación terminó de corromperme, Fritz pateó desde afuera del área, el arquero llegó a darle un manotazo al balón que golpeo el travesaño y quedó bollando en la línea de gol, sin pensarlo dos veces decidí terminar con la farsa y de un derechazo atestado de bronca estrellé la pelota contra la red. Y eso no fue todo, era tal la irritación que me causaba estar jugando ése partido para su goce, la ira y el asco que me  producía el hecho de acercarme a esas camisetas blancas, la repulsión de ver flamear la esvástica en lo alto de las tribunas y por sobre todo el aborrecimiento de verlo allí placenteramente disfrutando del encuentro, sentado cómodamente en su palco mientras afuera del estadio se perseguía a gente buena y trabajadora obligándola a vender sus negocios por dos monedas, maltratándola y torturándola, corriéndola de la ciudad como si fueran ratas de alcantarilla, que luego de ver al juez de línea corriendo a señalar el círculo central troté lentamente alrededor de la cancha mirando uno por uno los rostros de todos los presentes diciéndoles, sin palabras, que ellos también eran cómplices, y que todo se encaminaba a ponerse cada vez peor y que sería también su culpa por dejarse arrear como ovejas por un pastor apestado de hambre de poder y sangre. Una vez delante de los palcos, detuve mi trote nuevamente en frente del más hijo de puta de todos, de frente a su odioso bigote y su comitiva de asesinos y sentencié mi propia condena haciendo un ridículo baile que no sé porque hice y porque volvería hacer, que terminó por enfurecerlos, pude ver la rabia en sus ojos, la exasperación y la furia en sus dientes apretados. Ni hablar al finalizar el partido.

De todos modos, al parecer ni mi denigrante festejo les bastó, querían continuar siendo despreciados y yo no me privé de darles el gusto. Finalizado el encuentro recibí innumerables llamados de los entrenadores convocándome para la selección. Al primer llamado alegué un dolor insoportable en la rodilla, al segundo problemas en la cintura, al tercero eventualidades familiares. Para el cuarto me quedé sin imaginación y los alemanes  que son idiotas pero no tanto, comenzaron a incrementar  las hostilidades al punto tal que ni Freud soportó seguir viviendo en Viena.

Me quitaron todo, mi familia, mis amigos, mi fútbol, todo. Sólo me quedan ellas, Alessia y mi dignidad, y no voy a dejar que me las quiten también. Prefiero renunciar que volver a perder, ya no me quedaría más. 
El gas está abierto y las ventanas cerradas, en mis brazos descansa mi mujer y en mi alma mi dignidad. Éste si es el partido final, y a la vez eterno, eterno e inconcluso como mi dolor, como mi vida, como la decimonovena y última misa de Mozart. 


Por Rawson

3 comentarios:

  1. genialidad!!!! muy buen relato, gracias

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  2. q buen relato, se me pusieron los pelos de punta. GENIAL!

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