CRUZ DEL SUR
Despertamos en una antigua casa en la que sólo faltaba
que se nos presente un viejo con un ojo de buitre para que confirmáramos
nuestras sospechas de que Edgar Allan Poe se había basado en éste alojamiento
para escribir “El corazón delator”. La vivienda se encontraba en las afueras de
Bahía Blanca, lugar en el descansamos antes de presenciar el encuentro entre
“el globo” y “el aurinegro”. No, no estábamos en la antesala de un
Olimpo-Huracán de Tres Arroyos, tampoco retrocedimos más de 25 años en la
historia para vivir el encuentro por semifinales entre el Huracán campeón del
’73 y Peñarol de Montevideo por la Libertadores del ’74. Nos dirigíamos al sur
de Chubut, más precisamente a Comodoro Rivadavia, en donde se disputaría el
clásico entre Huracán de esa ciudad y Deportivo Madryn.
Habíamos hecho alrededor de mil kilómetros por la ruta 33 y antes de tener que ocultarle a Lisandro otra siesta con el volante como almohada decidí hacer una parada en la ya nombrada ciudad del sur de la provincia de Buenos Aires, ya que para llegar a destino debíamos recorrer otros mil kilómetros, mil kilómetros de desierta monotonía patagónica.
Habíamos hecho alrededor de mil kilómetros por la ruta 33 y antes de tener que ocultarle a Lisandro otra siesta con el volante como almohada decidí hacer una parada en la ya nombrada ciudad del sur de la provincia de Buenos Aires, ya que para llegar a destino debíamos recorrer otros mil kilómetros, mil kilómetros de desierta monotonía patagónica.
Desde hace días que Lisandro padecía de insomnio, y a
juzgar por la expresión de su rostro al despertar, no había podido dormir ésta
última noche tampoco, por lo que antes de partir hacia la capital del petróleo
me sugirió que me detenga en una vinería que cruzamos al llegar, bajó del coche
en un estado de casi sonambulismo y arriesgó, literalmente, su vida al cruzar
la calle sin mirar hacia los lados (un taxi le pasó a centímetros de su
espalda). Giró al oír el rosario de insultos del taxista y encaró a la vinería
de la que salió abrazado a un whisky barato. Sabía que no era un fanático de
ésa bebida, ni mucho menos, por lo que deduje que la solución que le encontró a
su insomnio fue acostarse totalmente alcoholizado. Antes de subir al coche
abrió la petaca y besó su pico por unos cuantos segundos, luego recostó la
butaca y demostró la efectividad de su tratamiento para la falta de sueño. No
volvió a abrir los ojos sino hasta que llegamos a Comodoro.
Arribamos merodeando la hora de la cena, así que
decidimos detenernos en un pequeño café ubicado en San Martín e Italia,
ordenamos un par de tostados con gaseosa y preguntamos al mozo si conocía algún
domicilio cercano donde pudiéramos alojarnos por un par de noches, nos
recomendó un hotel que se encontraba a solo una cuadra de la confitería.
A la mañana siguiente desayunamos en el hotel y
preguntamos al recepcionista como llegar al Estadio César Muñoz (donde desde
hace unos pocos años Huracán de Comodoro hacía las veces de local), nos explicó
que quedaba a menos de diez cuadras por lo que, precavidos de que los últimos
encuentros entre Huracán y Madryn habían terminado en incidentes, preferimos
asegurar el estado del Corsario y
resolvimos acudir a pie. Asistimos temprano, por lo que aprovechamos para
charlar con uno de los plateítas que ya se encontraba en su asiento, y ponernos
al tanto del contexto del inminente clásico. El partido correspondía a la sexta
fecha del Argentino B, Huracán venía haciendo un buen comienzo de torneo con
tres victorias, un empate y una derrota, Madryn en cambio, si bien estaba
invicto, sólo había cosechado siete puntos. También nos contó que en realidad
el clásico del Deportivo Madryn es Guillermo Brown pero como en los últimos
años los equipos del golfo no coincidían en sus categorías, los encuentros
entre el Deportivo y Huracán habían tomado una importante relevancia en la
provincia. Con un paisaje de postal de fondo, Huracán hizo sentir su localía y
se impuso 2-0 con goles de unos tales Sandoval y Sambueza, éste último de
penal. Con ése resultado el equipo de Comodoro ascendía al primer puesto de la
zona y el DT de Madryn quedaba en la cuerda floja (Meses más tarde nos
enteramos que la suerte de los equipos cambió notablemente, el Deportivo Madryn
de la mano del “huevo” Toresani, flamante DT, metió una racha de ocho victorias
seguidas en el final del torneo y abordó hasta las semifinales del Argentino B,
donde sucumbió por penales ante Alvarado de Mar del Plata). Más allá de la
pasión de los hinchas tanto locales como visitantes, y los ya familiarizados
disturbios al finalizar el partido, no fuimos capaces de recabar nada que nos
ayude a definir al fútbol por lo que regresamos al hotel algo decepcionados,
cenamos allí y acordamos partir de la ciudad al mediodía posterior.
Me dormí temprano sintiendo todavía el trajín del largo
viaje, por lo que amanecí pronto también. Lisandro dormía tan profundamente que
su cuerpo no presentaba grandes diferencias para con el de uno sin vida,
observé también que a su botella de whisky le faltaba más de la mitad de su
contenido. Ya desvelado bajé a la calle y caminé la cuadra que distaba al hotel
de la confitería en donde nos lo habían recomendado. Me senté en la barra junto
a un anciano vestido de negro que empuñaba un viejo bastón de madera, y que por
la cinta blanca en su cuello, supe era un sacerdote. Una vez recibido mi pedido
(un café y dos medialunas), el cura giró hacia mí y articuló con un inusual acento:
-
Usted no es de por aquí, ¿Verdad?
-
Nono, estoy de paso con un amigo, vinimos a ver
el partido de ayer.
-
Es un lindo clásico, la gente de aquí lo vive
con una pasión conmovedora pero… no creo que usted haya venido tan lejos sólo
para verlo ¿Cuál es su propósito?
-
Viajamos por el interior del país intentando
descubrir qué es el fútbol.
Nos presentamos y conversamos un largo rato, me contó que
su nombre era Juan Corti, venía de Italia y que por recomendación del mismísimo
Juan Don Bosco llegó a la Patagonia para “profesar la palabra de Dios” y
colaborar con sus habitantes. También presumió haber fundado varias escuelas y
capillas, y una vez terminada su extensa presentación confesó además, su amor
por el fútbol. Nos expresamos el gusto de habernos conocido, estrechamos
nuestras manos y comenzó a retirarse con un paciente y pausado paso, abrió la
puerta de vidrio y antes de cerrarla, sosteniéndola con su mano izquierda,
preguntó sin voltear:
-
¿Usted cree en Dios, Drumond?
-
No, padre.
-
¡Qué lástima! El fútbol es una bendición.
Por Rawson
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