miércoles, 15 de mayo de 2013

SEÑORES, YO DEJO TODO: El punta, de punto


EL PUNTA, DE PUNTO

Una de las pocas cosas que le agradezco a Dios, no por falta de gratitud sino de fe, es que Drumond sea un apasionado del volante.  Entre la larga lista de defectos que me caracterizan, uno de los mas salientes puntos es el de ser un pésimo conductor, a tal punto de acabar en transformarme en un potencial terrorista cuando las circunstancias me obligan a hacer las veces de piloto. Por contrapartida me jacto de ser un buen copiloto: Soy de dialogo fluido,  sintonizo buena música y tengo muy buena muñeca para cebar mates. Pero si algo diferencia los verdaderos copilotos de los simples acompañantes, es esa capacidad de entender cuando sus intervenciones son convenientes y cuando realmente se esta importunando a quien conduce.


Sabía que era la primera vez que nos manejábamos sobre superficies irregulares y entendía que Drumond precisaba una concentración de neurocirujano para sortear los obstáculos que le proponían las desmejoradas rutas puntanas. Por eso me mantuve callado, escondiéndome atrás del “Rayuela “de Cortazar, mirando con un ojo la expresión tensa de mi compañero, y con el otro, los acantilados que proponían un vértigo asegurado.

Todavía no podíamos creer como habíamos desviado tanto los destinos que informalmente habíamos pactado. Según el itinerario que confeccionamos en el reverso de un mantel descartable de “YPF”, deberíamos estar camino Mendoza haciendo una “excursión vitivinícola” ante la ausencia de clásicos importantes por esas fechas. Pero casi por casualidad (Porque nadie puede negar que es casual ayudar en el remolque de un auto que llevaba la hija del presidente del Club Sportivo  Estudiantes de San Luis, quien iba a enfrentarse al Club Atlético Juventud Unida Universitario, en el clásico de la provincia pocas horas después) terminamos asistiendo como invitados de honor al estadio Héctor Odicino - Pedro Benoz, donde “el verde” hace las veces de local desde la década del 40´.

La tarde amenazaba con llover desde tempano y cuando nos acomodamos en la pintorescas plateas que nos ofreció la comisión directiva, el clima en el estadio era realmente hostil, a pesar de que las parcialidades no se dirigían canticos entre ellos. Se percibían insultos como al aire, sin un destinatario en particular. Cuanto mas nos acercábamos a la hora del partido aumentaba la tensión en la popular local.

Diez minutos antes de que los jugadores salieran a la cancha se comenzaron a desplegar una cantidad considerable de banderas con toda clase de insultos hacía alguien, que ahora entendíamos mientras comprábamos maní, todavía no había aparecido. La única leyenda que puede volver a reproducirse sin faltar a la moral y a las buenas costumbres de nuestros lectores, es una que estaba ubicada justo detrás del arco que daba a la cabecera anfitriona. La bandera rezaba: “Aranda  traidor.”

La salida del equipo local fue muy diferente a lo que tanto Drumond como yo hubiésemos apostado. Fue un recibimiento apagado, muy tenue. De las ocho mil  personas que ingresaron al sector que da a la cabecera Solano, solo un grupo de no más de doscientos dejaron abrirse algunas guirnaldas y elevaron la voz de manera considerable. Todos los demás continuaron desplegando aquellas banderas con consignas insultantes contra el pobre de Aranda.  Antagónicamente a esto, en el momento que el Club Juventud Unida Universitario saltó césped, el estadio fue una verdadera revolución. No por los menos de mil simpatizantes auriazules que, aunque se hacían sentir, fueron notoriamente aplacados por la cataratas de insultos que recibía su puntero derecho.

Según pudo introducirnos un compañero de platea que llamativamente se encontraba sereno en ese contexto de caldera del diablo, el tal Aranda era un ex delantero de las filas del Club Sportivo,  con un exitosísimo paso por el club, pero que a la hora de renovar su vinculo con la institución, fue tentado por su eterno rival que por ese entonces competía en una categoría superior. Claro estaba que los heridos hinchas del Club Sportivo se la tenían jurada y en cuanto tuvieran oportunidad le harían saber su descontento. Por esas vueltas del destino, la  esperada oportunidad había llegado.

Lo cierto es que la gente del Sportivo no paro un segundo de insultarlo, amedrentarlo, escupirlo, carajearlo a tal extremo que las autoridades del estadio amenazaron con suspender el partido si no cesaban los hostigamientos. El primer tiempo concluyo sin goles y como suele ocurrir actualmente por razones de seguridad, el segundo tiempo se desarrolló con la parcialidad local en la proximidad del arco que Aranda debía batir.

No hay forma de describir la expresión en el rostro de aquel retacón numero siete ante las barbaridades que le propinaban aquellos que poco tiempo antes festejaban sus goles. Ahí había gente de su infancia, amigos y conocidos que ahora lo destrataban. Ramirez, el director técnico del equipo, al notar lo desmoralizante del contexto para su jugador, intentó sustituirlo, pero Aranda se negó terminantemente. Estaba jugando un partido aparte con la gente y él debía entenderlos.

Para enfurecimiento de casi todos los presentes y darle un final hollywoodense que coquetea con lo morboso, el partido terminó uno a cero en favor del Club Atlético Juventud Unida Universitario con gol, como no podía ser de otra manera, de Aranda. La gente enfureció y el descongestionamiento del estadio tardó aproximadamente dos horas, tiempo en el que Drumond y yo temimos por nuestras vidas.

Una vez devueltos a la ruta y ya pasado el miedo por los episodios de extrema brutalidad y  crudeza que presenciamos, no pude más que quedarme frito de agotamiento en la incomodísima butaca del Corsario. Cuando Drumond me despertó para comer algo en una estación cuya ubicación calificaba perfectamente como “el medio de la nada”, noté que en el margen superior de una de las páginas de Rayuela, mi compañero había escrito en lápiz casi imperceptiblemente “El fútbol también es sobreponerse”.


Por  Sarra

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