sábado, 10 de mayo de 2014

CARTA A UN FUTBOLERO DE ALBION

Buenos Aires, 29 de Abril de 2014
Querido amigo:

Si estás leyendo estas líneas voy a darme cuenta que ya todo lo perdimos. Y es que dan ganas de llorar, acá en el Sur, cuando caemos en la cuenta de lo que hicieron con nosotros. Seguramente vos estás tranquilo, con tu certeza bien empuñada y siempre firme esperando como cada sábado que tus “blues” salten a la cancha para adornarte la jornada.

No puede embriagarme otro sentimiento que no sea la profunda envidia que asola a alguien que, lejos del palaciego Anfield o el mítico Old Traford sufre las constantes negaciones que sufre el fútbol nuestro de cada día.

Lejos de intentar caer en “esnobismos”, invito a quién guste acusarme de “anglófilo” que se abstenga de continuar la lectura. El objetivo de esta misiva no es generar un juicio de valor acerca de las ventajas y prerrogativas que sugieren pertenecer al país de la reina, sino indagar sobre la seguridad.

Porque vos, todavía sentado con la misma certeza, tenés plena seguridad en que una vez llegada la fecha 15, Chelsea enfrentará al Arsenal en Stanford Bridge. Esa certeza absoluta es para vos una verdad tan insoslayable como que la Premier está compuesta por 20 equipos. Y esto querido amigo, es un privilegio casi impensado por estas latitudes.

De donde escribo es imposible saber si un equipo va a jugar en Pascuas o Navidad, si los planetas se alinearan este fin de semana para conseguir una entrada o si, en condición de visitante voy a ver el partido por TV (Obligado).

En resumidas cuentas, mientras vos seguís disfrutando de los mejores jugadores jornada tras jornada, yo me desvivo por saber si la primera división sigue existiendo como tal. La incertidumbre es moneda corriente en Argentina, y con ella hay que convivir a diario. Ni el mismo Kafka en su noche más inspirada hubiese imaginado un escenario tan carente de orden lógico, y es que, quienes manejan las riendas de nuestra pasión sólo responden a un patrón: Empeorarlo todo.

 Aún se desconoce si esto es por malicia o simple negligencia (El saber popular nos indica que esta última es la peor de ambas) pero lo cierto es que cada intervención que estos tipos inventan desata un vendaval de miserias sobre nuestro fútbol ya lo suficientemente malherido.

Y es que lamentamos el nuevo formato del futbol argentino pero hay que ser demasiado creativo para poder avistar al menos con que nuevo rudimento continuaran estropearlo la próxima vez, si es que aun cabe esa posibilidad.

Por eso es que te saludo, querido amigo futbolero, donde quiera que estés, y te pido sabiéndote hombre de fe, un rezo por nuestro fútbol en sus peores días… otra vez.

Atte. Algún Hincha



 Por Sarrasani

viernes, 9 de agosto de 2013

FUNES MORA PARA TODOS

River sabía muy bien que el costo de contar con Ramón en el banco no es para nada barato y no sólo por su abultado sueldo. "Necesitamos un equipo competitivo" La repetidísima frase del riojano hace temblar a la billetera de cualquiera y la de Núñez no es la excepción. Sumado a ésto, un mercado cada vez menos accesible y con una decreciente actividad, en el que para colmo, los inflados números a los que DAP cotiza a los jugadores millonarios quitan toda intención a cualquier eventual colaborador de las arcas riverplatenses.

La tan anunciada oferta por Balanta nunca llegó y Manu Lanzini rechazó varios millones de petrodólares con tal de seguir jugando con la banda roja. Y hasta aquí es sólo el comienzo, vencidos los préstamos de Iturbe y Mora, desligado inentendiblemente Trezeguet, la sorpresiva ida de Luna y con los Funes Mori trotando apartados, la principal deficiencia de River, el gol, caló hondo en el esquema de Ramón y el Kaiser tuvo que comprarse una calculadora científica para consentir a Díaz.


Ya sabemos el fin de la historia: La llegada de Teo, la partida de FM9 y la vuelta de Rodrigo Mora ¿Vamos a los números?


En la negociación River-Benfica el pase de Funes Mori fue tasado a 5 millones de Euros. Pero el equipo portugués también sufre la falta de liquidez por lo que el uruguayo Rodrigo Mora ingresó como moneda de canje ¿Por cuánto? Por 2,5 millones de Euros (Sí, Mora vale medio Funes Mori). Ya sabemos el paradero de la primer mitad del mellizo. 


Vamos por la segunda, del restante 50% de FM9, su familia es dueña del 20 y la restante perteneció a River hasta la llegada de los cada vez mas mencionados "Grupos empresarios". El grupo liderado por un tal Granero ingresó en la negociación con el aporte de 2,5 millones de Euros más por el 30% del pase. Y ustedes me dirán ¿Pero 2,5 palos euros no pagó Benfica por la mitad? Sí, si hacemos la cuenta sobra exactamente un millón de Euros ¡Que alma caritativa la de Granero! ¿No? No. Ésta historia es como una de esas películas de Darín que se explican de atrás para delante y viceversa ¿De dónde se les ocurre que River podría sacar un millón de Euros? Salvo que tengan una imaginación tan enroscada como ésta negociación no se les ocurrirá nunca así que les revelo el secreto ¡Del pase de Mora! Pero claro ¿Cómo no se nos ocurrió, no? Después de todo es habitual vender lo que se acaba de comprar ¿Y cómo cierra todo? Redondito, volvamos a la primaria y completemos la ecuación, un porcentaje de Mora, que fue valuado a 2,5 millones de Euros nos tiene que dar como resultado 1 millón de Euros exacto, por lo que nos quedaría:



2,5 millones de Euros x % = 1 millón de Euros

Si no tienen calculadora, pidánsela prestada al Kaiser y averigüen que el porcentaje que River le cede a Granero y compañía es el 40% del pase del delantero uruguayo ¡Claro como el agua!

¿Volvemos más para atrás? ¿Les suena Granero? A mi también, su grupo empresario es el dueño del 50% del pase de Teófilo Gutíerrez, recién llegado al millonario. Antes del comienzo del carnaval Funes Mora 2013 el grupo renunció a la deuda de 1.800.000 que el Cruz Azul posee con él con una sola condición... Exactamente, que la pague River. Recordemos el valor de medio Teo: 3,5 millones de dólares. Por lo que además de la deuda con el grupo River deberá desembolsar a fin de año 1,7 palos verdes más.

¿Cómo queda todo ésto?
  • El pase de Funes Mori lo compartirán el Benfica (50%), el grupo empresario (30%) y su familia conservará el 20% inicial.
  • El de Mora: 60% River, 40% Granero y asociados.
  • Y por último el de Teo: 50% River, 50% el grupo (Debiendole pagar River los 3,5 millones de dólares)

Antes de terminar me gustaría hacerles una última pregunta ¿Alguien tiene el número de Echegaray?

   

martes, 23 de julio de 2013

SEÑORES, YO DEJO TODO: Jorgito artesanal

Un inoportuno calambre me obligó a quitar el pie del acelerador. Nos detuvimos en la banquina unos minutos, y luego de elongar ayudado por una de las cubiertas delanteras del Corsario continuamos atravesando la pampa húmeda hasta una estación de servicio en las afueras de Santa Rosa. A Lisandro le faltaban sólo unas páginas para completar su lectura  de “Todos los fuegos el fuego”, libro que había leído alrededor de diez veces, por lo que no quiso postergar la enésima y bajó del coche en su compañía.

Una de las cocineras se había ausentado por lo que tuve que esperar un momento a que la cajera que la estaba cubriendo se disponga a tomarme el pedido. Lisandro argumentó no tener apetito, yo por mi parte pedí un tostado de jamón y queso  que me fue negado informándome  que la encargada de hacerlos era justamente la cocinera que había sufrido problemas familiares, así que luego de meditar un momento conmigo mismo me decidí por un café con medialunas.

Cuando ya tenia terminado el desayuno me dirigí nuevamente a la caja, ésta vez para abonar lo consumido donde pusieron a prueba mi paciencia nuevamente. Maldita obra de la casualidad fue que a un pibito distraído se le haya deslizado de las manos una botellita de “Sprite” dejando un charco de gaseosa enfrente de la caja que tuve esperar secaran para poder pagar el café y las facturas. La cajera al parecer había olvidado el código de las medialunas por lo que consultó a uno de sus compañeros que le contestó enseguida y me cobró lo que correspondía. Al regresar a la mesa a Lisandro le restaban sólo unos párrafos para completar el último cuento del libro, aguardé su finalización y proseguimos al encuentro de All Boys-General Belgrano, el clásico de turno.  

Ya en la capital de La Pampa, nos detuvimos a jugar un pool en una pequeña taberna con el objetivo de hacer correr un poco el tiempo ya que todavía algunas horas nos distanciaban del comienzo del partido. Yo fui el encargado de abrir el juego, emboqué dos bolas, una lisa y una rayada, fiel a mi costumbre, escogí las rayadas. Un buen rato después, ya que ninguno de los dos era demasiado hábil en el arte de pegarle a la blanca con el taco, sólo quedaba la bola número 8 sobre el paño. Para ganar, yo debía embocarla en el hoyo inferior derecho (Tomando como punto de referencia la entrada de la taberna), el objetivo de Lisandro en cambio era el inferior izquierdo, hoyo en el que mi mala puntería hizo entrar la bola.

Al salir de la taberna, Lisandro divisó en una de las ferias artesanales de la vereda de enfrente un juego de mate con los colores de su equipo, justamente el obsequio que el día en que comenzamos el viaje él le había prometido a su padre. Cruzamos el asfalto, nos arrimamos al puesto de artesanías y consultamos su precio, el cuál era exactamente $10 mayor que lo que disponíamos en nuestros bolsillos en ese momento. Nos habíamos olvidado de recargar nuestras billeteras (nunca  andábamos con todo el efectivo encima) y la cajita que contenía el resto estaba en el fondo de uno de los bolsos que se encontraban en el interior del Corsario, lo que hacía que el obtener los $10 que faltaban nos suponía un esfuerzo bastante mayor al que estábamos dispuestos a hacer. En este marco, mi compañero decidió incurrir en una destreza que jamás había practicado y para la que demostró, sinceramente, muy poca competencia… el “regateo”. Luego de varios tire y afloje con el vendedor (En los que no se sabía si el objetivo de Lisandro era bajar o subir el precio), éste último renunció a los $10 con tal de efectuar la transacción ¿Suerte de principiante?

Nos dispusimos a retornar a la vereda en la que habíamos estacionado el coche, al divisar que un Fiat 147 se acercaba a una velocidad considerable nos detuvimos sobre el cordón. Un hijo de artesanos al parecer no era muy obediente con eso de “Mirá para los dos lados” y de no ser por la pertinente aparición de reflejos en mi persona, habría sufrido consecuencias mucho más severas que un par de rasguños en el brazo izquierdo  producto del zamarreo que le propiné para alejarlo de la cinta asfáltica. Su padre, un orfebre de cuchillos artesanales, llegó a su auxilio a la milésima de segundo con  lágrimas en sus ojos y aterrorizado por el chillido de los neumáticos y el llanto de Jorgito. Le ofrecimos acercarlos al hospital, el aterrado artesano aceptó.

Desde que partimos de la feria hasta el momento en que llegamos al hospital de Santa Rosa, Héctor nos agradeció una y otra vez hasta el hartazgo, agradecimiento que concluyó con la atención de cedernos sus entradas para el partido por el cual justamente habíamos llegado a la ciudad. En un principio nos negamos, pero al Héctor argüir que lo que había pasado y las lesiones de Jorgito le habían quitado el humor para ir a alentar a Belgrano accedimos.

Al llegar al estadio, alrededor de cien personas agolpadas contra las boleterías insultaban a empleados y policías en busca de una explicación de la manera en que rápidamente se habían agotado las entradas. La capacidad del “Rancho grande” se había colmado y aquí es cuando el agradecimiento de Héctor toma una mayor dimensión y quizás toma sentido esa vaga idea del “Destino”. Esos pequeños detalles que no notamos y jamás recordaremos son los que nos permitieron presenciar el clásico pampeano, y lo más importante, los que velaron por la salud de Jorgito.

Hagamos catarsis, pensemos un segundo en lo trascendente que puede ser el más mínimo fragmento de nuestras vidas. Si aquél inoportuno calambre no nos hubiera retrasado en la ruta, si el hijo de la cocinera de la YPF se hubiera abrigado como su madre se lo indicó y no se hubiera engripado obligándola a faltar al trabajo modificando mi elección de un tostado por un café con medialunas, si al pibito de la estación no se le hubiera resbalado la botella de las manos o ésta última hubiera sido de plástico y no de vidrio, si la cajera hubiera tenido memorizado el código de las medialunas para cargarlo en a registradora, si Cortázar se hubiera explayado un poco más en su cuento “El otro cielo”, si yo hubiera elegido lisas en vez de rayadas o si no hubiera metido la bola negra en el hoyo equivocado, si Lisandro no le hubiera prometido un termo con el escudo del club amado a su padre, si el billete de $10 que estaba junto a los demás en el baúl del Corsario hubiera estado en nuestros bolsillos, si el artesano hubiera resignado con mayor facilidad la oferta de Lisandro y por sobre todas las cosas, si Jorgito hubiera mirado no sólo a la derecha sino también a la izquierda. Si cualquiera de todos éstos ínfimos detalles que a lo sumo podrán agregar cinco minutos a las veinticuatro horas que tiene un día no se hubieran dado tal como se dieron Jorgito estaría, con suerte, gravemente herido y nosotros escuchando el partido por la radio.

Pero al igual que en el fútbol, en la vida todas las jugadas son únicas e irrepetibles.

Por Rawson


domingo, 21 de julio de 2013

BASTA DE BARRAS

Si la fe mueve montañas ¿Qué decir de la pasión? La pasión mueve cordilleras, gobiernos, continentes enteros ¿Cuánta gente será? La que se deja crecer las uñas toda la semana para comérselas el domingo en noventa minutos, la que soporta siete días de rutinaria angustia con la ilusión de gritar un gol el fin de semana.

En un mundo agobiado por las presiones de lo inmediato, la única que sobrevive es la futbolera, la que mira la tabla pensando en el campeonato, en las copas, en el descenso, en un más allá que trasciende los límites de la factura de luz que vence mañana. Lastimosamente en un planeta contaminado, ni el más honesto de los sentimientos se salva. 

La televisación, los pases millonarios, las publicidades que ensucian las camisetas. El fútbol es un negocio y estamos todos de acuerdo. Pero existe un marketing mucho mas oscuro que el de las empresas que pagan para que su nombre aparezca en el partido del sábado. Es una campaña de la que todos somos cómplices y partícipes. "Amargos, no se la bancan", "Cagones, se defienden a tiros", "Van a la cancha con la Federal". Quizás difiera con la mayoría de las personas, pero ninguna de esas frases hace a lo que se suele denominar "El folklore del fútbol" ¿Alguna vez se pusieron a pensar a quiénes benefician expresiones?  

"La cultura del aguante". No es hincha el que junta peso por peso toda la semana para llevar al nene a la cancha, tampoco el que viaja mil quinientos kilómetros para ver a su equipo. Hoy, el hincha es el que mas se la banca, el que ve a dos simpatizantes adversarios y los muele a golpes, el que canta todo el partido porque no le interesa si el club gana o pierde. 

Todos sabemos que esos que llegan veinte minutos tarde golpeando bombos son unos delincuentes ¿O alguien tiene dudas de que no son hinchas del club sino que viven de él? Ahora... a la hora de "Todos con el culo en la pared, llegó la hinchada", todos les hacemos caso. Somos todos boludos, les damos la espalda y los recibimos con aplausos, cantos y serpentinas como si fueran nuestros ídolos. "¿Viste como la 12 alentó todo el partido?", "River perdió 4 a 0 y los borrachos del tablón fueron una fiesta", "La Guarda Imperial bla, bla, bla", "La Butteler bla, bla, bla".

Si el réferi nos perjudica en un lateral lo silbamos todo el partido. Lo mismo al 9 que erró un penal. Ahora, a los que nos roban todo el tiempo los aplaudimos jubilosos al canto de "Llegó la hinchada" ¿La hinchada? ¿¡LA HINCHADA!? ¿Qué es, una joda? Hinchada somos nosotros, no ellos. Dejemos de aplaudirlos, dejemos de avalarlos ¡Basta! ¡Basta de barras!

Por Rawson

miércoles, 17 de julio de 2013

SEÑORES, YO DEJO TODO: Polémica en el hostel

Viajar es, sin duda alguna, mirarse en un espejo para conocerse mejor. En eso, o algo parecido, pensé mientras me dejaba reflejar en los cristales que adornaban la lúgubre barra de aquél hostel neuquino. El salón llamaba la atención por su candidez difusa, pues no se terminaba de definir como “comedor familiar”, y aún más lejos estaba de ser una taberna donde los obreros concurren a ahogar penas. A lo lejos, casi indiferente, la voz del gran Julio Sosa campeaba el aire haciendo de “Cambalache” un puente sensorial hacia las pampas ahora tan lejanas  y tan entrañables para mí.

Hacia apenas media hora habíamos arribado a la provincia y, como ya era costumbre, nos instalamos precariamente  en la habitación antes de hacer cualquier otra cosa. Cuando al final los bolsos estuvieron en su sitio, bajamos a buscar unas copas. Allí, mientras esperábamos  con la paciencia que nos regalaba saber que solo estábamos de paso y no había ningún partido que revista un interés considerable, nos propusimos a modo de juego irracional, intentar adivinar que patrón lógico seguía la secuencia en que las botellas estaban acomodadas. Obviamente el análisis se veía frustrado debido a que Guillermo, nombre al que respondía el barman, retiraba las botellas una y otra vez haciendo mayor caso a los pedidos de los clientes que a respetar nuestro particular divertimento.  Otra vez haciendo uso de los espejos, esta vez por un motivo considerablemente menos profundo,  llegué a divisar algo que en principio parecía un mero espejismo.  Di la vuelta para revisar todo el salón convenciéndome de que no había visto a nadie que pudiera a conocer, y dado que el tercer Fernet fenecía en nuestros vasos, me incline por atribuirle a este mi mala vista. 

El juego se había interrumpido otra vez, Guillermo no tuvo mejor idea que retirar el Beefeater justo cuando íbamos a revisar su graduación alcohólica, atribuyéndole a esta la posibilidad de funcionar como patrón de la secuencia, cuando una mano toco mi hombro.

- ¿En que andan los muchachitos?

Era él. Mi vista, un poco maltrecha a causa del alcohol no me había traicionado.  El pelo enmarañado, la barba de dos días, el aro de brillo en la oreja izquierda. Como un fantasma Lucas se apareció ahí, frente a nosotros en aquel modesto hostel de Neuquén.

- ¿Nos estas persiguiendo? – Fue lo primero que atine a preguntarle antes de hacer los abrazos de rigor.
Lucas era un viejo amigo de nuestro pueblo. En una época pasamos noches gloriosas en su casa, siempre abierta para quien quisiera pasarla bien. Estuvimos a punto a de invitarlo en nuestro viaje, pero por esa época él estaba con algunos problemas legales que pudo resolver rápidamente pero nosotros no teníamos tiempo que perder.

Yo realmente recordaba con muchísimo cariño aquellas veladas donde nos reíamos hasta que nos doliera la panza pero algo que también disfrutaba, en el mayor de silencios, era las acaloradas discusiones futboleras que históricamente mantuvo  con Drumond. Hacían falta solo unas gotas de alcohol y que un marcador de punta no pasase bien al ataque para que la contienda dialéctica tomara fuerzas impredecibles. Yo, dotado de mi innata maldad y también algo aburrido luego de que Lucas nos explicara un extraño negocio que estaba desarrollando  en no se que en represa, para vaya a saber uno que empresa. Cuando las preguntas de rigor sobre aquello, sumado a algún interés superfluo por la actualidad de su familia quedaron acabadas, puse mi plan en marcha. Aprovechando que la Copa Libertadores habían arrojado a sus finalistas recientemente no tuve mas que remitirme a eso para que todo estallara por los aires:

- ¿Viste la semifinal de la Copa? Justo ayer comentábamos con Drumond lo pecho frío que es el 10 de los azules.

Pecho frío. Sólo eso. Una expresión, dos palabras. La chispa necesaria para encender la discusión al extremo. El termino había sido elegido a la perfección porque…. ¿Qué es ser pecho frío?
Lucas, incisivo como siempre, dijo que no, que como podíamos decir eso, que estuvo perfecto por donde se lo mire, que nosotros no sabíamos nada. Drumond saltó en nuestra defensa, que en realidad era su defensa, ya que yo en ningún momento me sentí aludido y sólo me limité a disfrutar del espectáculo acodado en la barra. Mi compañero completó su “speach” alegando que en realidad todos los enganches eran unos pechos fríos, respondían a un puesto que era impropio del futbol moderno necesitado de gente sacrificada y con destreza física. 

Yo era consciente que ese comentario había calado hondo en el corazón de Lucas pero nunca imaginé que también lo haría en el de todos los atentos clientes del bar que escuchaban los argumentos de los dos oradores. Todos parecían con ganas de opinar, de estar hablando por lo bajo entre ellos, tomando partido por uno u otro según sus convicciones.

- ¡No podes estar diciendo eso! La historia de Argentina se forjó haciendo gala de los enganches. Todos los que están acá te pueden nombrar quienes son. Sin un enganche nunca vas a poder organizar el equipo ¿Y las pausas? No creo que los “bielsistas” puedan entender eso nunca.

Ese último comentario resulto lapidario. Las voces de todos los clientes ya eran casi tan altas como la de Lucas al pronunciar esas palabras. Hasta yo me sentí algo ofendido, pero me pude abstraer al escuchar a Guillermo que, desde atrás de la barra, enumeraba una cantidad de enorme de “armadores de juego” que habían sido el ADN de nuestro futbol y nadie en su sano juicio podía juzgarlos de “pechos fríos” o de alguna ignominia semejante. De contestarle a Guillermo se encargó un señor muy alto que tomaba una cerveza local desde que arribamos al lugar. Para él, era una falta de respeto que se lo injurie a un tipo como Bielsa, un revolucionario a nivel mundial que siempre entendió al juego de una manera dinámica y trabajada sin descuidar el aspecto ofensivo, sin duda su gran obsesión.  

Un tercero, quizás el mayor de todos aquellos, haciendo uso de la impunidad que ofrecen los años, insultó a estos últimos vociferando una cantidad enorme de argumentos inteligibles sobre la conveniencia de un fútbol mas metódico y defensivo, la verdadera clave para lograr resultados positivos tanto ahora como en cualquier época que se haya practicado el futbol.

Por si el griterío que en un momento se desató en el salón fuera poco, todo devino en escándalo en el momento en que, sin previo aviso, voló un cenicero que impactó directamente en la secuencia de botellas misteriosamente ordenadas. Las esquirlas no llegaron a lastimar el cuerpo del barman que, al cerciorarse de tener todos los órganos en su sitio, saltó de la barra al encuentro de su agresor quien lo recibió en guardia listo para un combate cuerpo a cuerpo.

 Todavía agradezco que Drumond se haya iluminado encontrando una vieja salida de emergencia que nos permitió escapar de aquella batalla campal. Cuando subimos a nuestra habitación, le prestamos una muda de ropa a Lucas que había sido bañado por las botellas rotas. Cuando terminó de cambiarse, quisimos bajar para enterarnos como había terminado todo pero no pudimos ya que volvimos a reír hasta que nos doliera el vientre como en aquellos tiempos.

Al día siguiente, fuimos citados a declarar a la seccional cuarta de Neuquén. Luego de una noche larguísima que tuvo como motivo el reencuentro con nuestro amigo acudimos a la comisaria en un estado realmente calamitoso. Luego de hacer nuestro descargo, el policía nos pregunto no menos de seis veces a cada uno si ese había sido el verdadero motivo de la pelea, a lo que Drumond ya harto contestó:

- Oficial, usted y yo sabemos que el fútbol da para discutir toda una noche.

miércoles, 10 de julio de 2013

EL HOMBRE DE PAPEL

                                     “A la memoria de Matthias Sindelar 
                                  y de aquellos a los que intentó salvar”

- En serio Sindy, no sé cómo voy a hacer pero voy a pagártelo. 
- Ya te dije que no es nada, callate y pasame una Stiegl.

Conociendo mi ya tan característica tradición  de tomarme un litro de cerveza después de cada entrenamiento, Gerhard dejó volcarse el contenido de la Stiegl en un porrón y acomodó a su lado otra abierta con la tapita apoyada en la boquilla para que no se perdiera el gas. Una vez vacío el chopp, me levanté del banco y me dispuse a pagar lo que correspondía:

- ¿Cuánto te debo?
- ¿Me estás cargando? Sabés muy bien que nunca voy a poder saldar mi deuda con vos, de ahora en adelante podés servirte lo que quieras sin culpa ni permiso.
- ¿Otra vez con eso? Me tenés cansado Gerhard. Nos vemos más tarde.

Dejé en la barra veinte Reichsmarks (Moneda que nos obligaban a usar desde la anexión) y salí del bar apresurado para evitar que Gerhard me alcance y meta el billete nuevamente en el bolsillo.  

Al llegar a la esquina tres muchachitos se entretenían haciendo jueguitos con una pelota prácticamente gris del desgaste que los adoquines le habían hecho sufrir al tiento. Quizás fue la nostalgia, o el extrañar a mis viejos amigos pero no pude evitar ser atrapado por la mística de patear una pelota sólo por diversión y recordar aquéllas tardes en Kozlov jugando con los chicos, mañana y tarde hasta la hora de la merienda. Al percibir mi presencia, el más pequeño de los pibes, un gordito rubio de unos 8 o 9 años con la cara plagada de pecas, se me quedó mirando, intenté taparme la cara con la gorra pero el pequeño alertó a sus compañeros señalándome con el índice:

- ¡El hombre de papel! ¡Josef, Karl, miren, miren! ¡Es el hombre de papel!
Uno de sus compinches le volvió a poner los pies en la tierra:
- ¡Ay, no seas tarado Peter! Mirá si Matthias Sindelar va a estar acá, en éste barrio mugroso mirando a tres bobos jugar a la pelota.

Intenté mantener la seriedad pero no lo logré y solté una carcajada:

- Jajaja, es cierto pequeño, además mañana la selección juega “El partido final”. Sindelar debe estar concentrando para llegar bien al encuentro.

- ¿Ves Peter? No tenés que ser tan crédulo, siempre armando alboroto por cualquier estupidez.      

- ¿Les molesta si juego un ratito con ustedes? No soy muy bueno y hace años que no toco una pelota pero estoy cansado de trabajar y tengo ganas de divertirme.
- ¡Claro! No hay problema. Mire, el juego consiste en que la pelota no toque el suelo, cada vez que uno de los jugadores se la pasa a un compañero debe decir un número en voz alta, ese número es la cantidad de veces que el jugador que recibe el balón debe tocarlo sin que se le caiga antes de pasárselo a otro ¿Entendió?
- ¡Perfectamente! Vamos a ver que sale.

Comenzó Peter. Tomó la pelota con sus cortos dedos, la soltó, hizo dos jueguitos con la rodilla derecha y se la pasó al que parecía ser el hermano mayor, Karl, al grito de “¡3!”. Karl la paró con el muslo izquierdo, la dejó caer hasta golpearla con su pie derecho, con el que la levantó y se la pasó de cabeza a Josef al grito de “¡1!”. Josef hizo un paso atrás y de una se la devolvió a Karl al grito de “¡4!”, Karl la golpeó tres veces con la zurda y a la cuarta me la envió a mí al grito de “¡3!”. Yo la paré de pecho, la dominé con la rodilla izquierda y al disponerme a arrojársela a Peter, disimulé tropezarme y caerme al suelo. Los muchachitos rieron hasta las lágrimas, Peter se tiró al suelo y se destornilló a carcajadas mientras se tomaba la panza: 

- ¡Jajaja! Usted no es el hombre de papel, usted es el hombre de madera, jajajaja.
- ¡Eh, fue un tropezón solamente! No se burlen, ya estoy un poco viejito para esto. A ver, una vez más, la última, que mi señora me espera en casa.

Ésta vez el encargado de iniciar el juego fue Karl, que hizo tres jueguitos con la pierna derecha e intentando volver a mofarse de su invitado, me arrojó la pelota con una mueca de sonrisa al grito de “¡14!”. La paré con la zurda y la envíe hacia arriba con la derecha, la dormí en el pecho, me arqueé hacia atrás y tiré los hombros hacia delante en un golpe seco, el balón volvió a mi zurda, lo golpeé cuatro veces antes de hacerlo flotar en el aire,  cabecearlo tres veces seguidas y dormirlo en la frente, incliné la cabeza de lado a lado unos diez segundos con la pelota recorriéndome el cráneo de sien a sien, luego la dejé rodar por mi espalda y le di un tacazo que la hizo pasar por encima de mi cabeza y se la devolví a Karl al grito de “¡2!”. El balón flotó lentamente en el aire atravesando la distancia entre Karl y yo y lo golpeó en la nariz de su rostro boquiabierto, gesto que compartían los tres muchachitos.

- ¡Ey! ¿Qué pasó? La dejaron caer, duró poco. Bueno, me voy porque no quiero líos con la patrona ¡Suerte chicos! No se preocupen, a los alemanes les ganamos con los ojos cerrados.

Cuando ya me había alejado media cuadra oí el grito de Peter anunciándoles a sus todavía estupefactos hermanos el fin de la discusión:

- ¡Vieron! ¡Les dije! ¡Era Sindelar! ¡Era el hombre de papel!     

Una vez en casa, me senté a disfrutar unas crepes de manzana que me esperaban todavía calientes sobre la mesa.

- ¡Matthy! No te escuché llegar ¿Cómo te fue?
- Bien, bien, después de entrenar tomé una cerveza en lo de Gerhard, y me prendí un ratito con unos muchachitos que pateaban una pelota en la esquina del bar ¿A vos amor?
- Bien también, a la tarde fui a lo de Hannah. Me contó lo de la tienda de antigüedades de Kraus ¡No me dijiste nada!
- Somos amigos de toda la vida, es lo menos que podía hacer. No me parece motivo para andar alardeando.
- Para alardear no, pero si no fuera por vos le habrían pagado una miseria. Lo que no entiendo es porque cerró la tienda igual.
- Le dije que no se haga problema, que ahora estaba a mi nombre pero que podía seguir usándola como si fuera suya, como hace Gerhard con su bar, pero no quiso. La Gestapo le sigue los pasos desde hace semanas así que prefirió dejar el país.
- ¿Y a dónde se fue?
- No me quiso decir, dijo que cuanto menos se sepa mejor. Y tiene razón.
- La verdad que sí.
- Bueno, me voy con los muchachos que tenemos que concentrar para mañana.

Pensar que, hace cuatro años Mussolini y el ladrón que se hacía llamar árbitro nos habían robado la posibilidad de levantar la Copa del Mundo.  Todos sabían que éramos los mejores, “El equipo de las maravillas”, y nos quitaron nuestra primer estrella sin siquiera disimularlo frente a esa horda de italianos hipócritas que festejaban el triunfo de la violencia, la mentira y la muerte gozosos y sonrientes. Pero eso no era suficiente y ahora me encontraba en el verde césped de frente al palco del más hijo de puta de todos, de frente a su odioso bigote y su comitiva de asesinos obligado a extender el brazo como saludo de honor al repugnante de mierda ése, obviamente, a diferencia del resto jugadores, yo me ahorré aquella denigrante bajeza por lo que desde antes de comenzado el encuentro ya tenía la mirada de todo el estadio persiguiéndome por el campo de juego.

El partido arrancó, siguió y terminó siendo una humillación, les pegamos un baile bárbaro. En el comienzo me dediqué a hacer ostentación de mi apodo atravesando espacios por los que no cabría ni la sombra de un alambre. La pelota pasó más tiempo bajo mi suela que bajo la luz del sol, pero no podíamos ganar, habían organizado el partido que pondría fin a la existencia de nuestra selección (A partir de aquél día formaríamos parte de la suya), por lo que no importaba si por uno, dos o tres goles, pero Alemania debía ganar y todo estaba planeado para que así sea. Mientras mi tolerancia duró, el partido continuó 0-0. Al tomar la pelota, la apretaba contra el suelo y empezaba el show, cintura hacia un lado, pelota hacia el otro, cintura hacia un lado, pelota hacia el otro, los alemanes parecían bailar la polka. Cuando sólo me quedaba por desparramar al portero, me daba media vuelta y tiraba un pase atrás moviendo la cabeza de un lado a otro como diciendo “¡No!”, como anunciando “Señores, éste partido es un engaño”, como advirtiendo “Antes de entrar a la cancha cinco personas armadas hasta los dientes ingresaron a nuestro vestuario y nos insultaron, y nos apoyaron sus revólveres en la cabeza, y nos recordaron que ya no éramos la República de Austria sino “La marca oriental”, un pedazo de tierra destinado únicamente a colaborar con su sangriento y repulsivo imperialismo”.

Pero mi paciencia tenía un límite, y el límite era la mueca de satisfacción que el malnacido de mierda ponía cada vez que “errábamos” un gol. Mediando el segundo tiempo la indignación terminó de corromperme, Fritz pateó desde afuera del área, el arquero llegó a darle un manotazo al balón que golpeo el travesaño y quedó bollando en la línea de gol, sin pensarlo dos veces decidí terminar con la farsa y de un derechazo atestado de bronca estrellé la pelota contra la red. Y eso no fue todo, era tal la irritación que me causaba estar jugando ése partido para su goce, la ira y el asco que me  producía el hecho de acercarme a esas camisetas blancas, la repulsión de ver flamear la esvástica en lo alto de las tribunas y por sobre todo el aborrecimiento de verlo allí placenteramente disfrutando del encuentro, sentado cómodamente en su palco mientras afuera del estadio se perseguía a gente buena y trabajadora obligándola a vender sus negocios por dos monedas, maltratándola y torturándola, corriéndola de la ciudad como si fueran ratas de alcantarilla, que luego de ver al juez de línea corriendo a señalar el círculo central troté lentamente alrededor de la cancha mirando uno por uno los rostros de todos los presentes diciéndoles, sin palabras, que ellos también eran cómplices, y que todo se encaminaba a ponerse cada vez peor y que sería también su culpa por dejarse arrear como ovejas por un pastor apestado de hambre de poder y sangre. Una vez delante de los palcos, detuve mi trote nuevamente en frente del más hijo de puta de todos, de frente a su odioso bigote y su comitiva de asesinos y sentencié mi propia condena haciendo un ridículo baile que no sé porque hice y porque volvería hacer, que terminó por enfurecerlos, pude ver la rabia en sus ojos, la exasperación y la furia en sus dientes apretados. Ni hablar al finalizar el partido.

De todos modos, al parecer ni mi denigrante festejo les bastó, querían continuar siendo despreciados y yo no me privé de darles el gusto. Finalizado el encuentro recibí innumerables llamados de los entrenadores convocándome para la selección. Al primer llamado alegué un dolor insoportable en la rodilla, al segundo problemas en la cintura, al tercero eventualidades familiares. Para el cuarto me quedé sin imaginación y los alemanes  que son idiotas pero no tanto, comenzaron a incrementar  las hostilidades al punto tal que ni Freud soportó seguir viviendo en Viena.

Me quitaron todo, mi familia, mis amigos, mi fútbol, todo. Sólo me quedan ellas, Alessia y mi dignidad, y no voy a dejar que me las quiten también. Prefiero renunciar que volver a perder, ya no me quedaría más. 
El gas está abierto y las ventanas cerradas, en mis brazos descansa mi mujer y en mi alma mi dignidad. Éste si es el partido final, y a la vez eterno, eterno e inconcluso como mi dolor, como mi vida, como la decimonovena y última misa de Mozart. 


Por Rawson

jueves, 4 de julio de 2013

SEÑORES, YO DEJO TODO: Fútbol secreto, universal y obligatorio

La charla andaba por unos de esos temas que llaman a la reflexión interna cuando todo sucedió.  Drumond, que siempre es de andarse con rodeos, esta vez había sido francamente incisivo y sin dudarlo me preguntó si ya andaba extrañando. Yo, consciente de que debía contestar con una verdad lo suficientemente sincera  y a la vez diplomática, abandoné en la luneta un modestísimo ejemplar de “El túnel” de un modo tan pulcro que el mismo Sábato se hubiera sentido alagado ¿A qué venía ésa pregunta? ¿Qué pretendía que le contestara? La ruta 9 nos había deparado un viaje ameno y la quietud de los paisajes santiagueños se tornaba propicia para los diálogos amistosos.  Diálogos que, debido a la profundidad de los mismos, me habían agarrado un tanto por sorpresa. Me tomé mi tiempo para pensar lo que debía decir, quería corresponderle si él también extrañaba a su familia, a su novia, sus otros amigos, su vida de siempre, porque yo también lo hacía con los míos pero a la vez, no quería hacer sentir mal al compañero con quien había vivido tantos momentos ni echar por la borda el proyecto que juntos habíamos forjado, por culpa de un exceso en mis palabras. La realidad era que el viaje había sido una experiencia realmente inolvidable donde la pasión por el fútbol estaba  aflorando de una nueva manera y, sumado a esto, sentía que todavía no tenía que terminar, no habíamos encontrado el verdadero significado del fútbol y por lo tanto el viaje debía continuar. 

En estos ensimismamientos me encontraba cuando, de repente, Drumond detuvo el auto.  Y no sólo él, también un Ford parado un poco más adelante, un Renault a la derecha, un Citroën a la izquierda y una abundante cantidad de coches más detenidos en esa inusual ruta de Santiago del Estero.  Si la charla con Drumond hubiera podido extenderse y la oportunidad de enumerar las cosas que no extrañábamos de la ciudad se nos hubiese presentado, claramente los cortes de ruta encabezarían aquella lista. En éste caso, por no contar con un apuro significativo, decidimos aguardar dentro del Corsario sabiendo que poco de lo que hagamos podía favorecer a la resolución del conflicto. Así que allí estábamos, entre frustrados y aburridos, cuando se oyó el grito desgarrador de una mujer. Casi automáticamente Drumond se bajó del coche para convencerse de que el número de automóviles que estaban allí detenidos era realmente grande. Al principio de la fila, se podía divisar a un grupo de no más de cien personas agitando unas banderas y haciendo sonar bombos. Entre todos ellos, una señora rubia, de altura media, lloraba y gritaba desencajada.  

Nos acercamos a paso lento pero decidido, confirmando con cada aproximación que el ruido de la percusión era llamativamente intenso y que había sido obra de un milagro el haber escuchado las quejas de aquella pobre mujer. Cuando llegamos a ella estaba totalmente fuera si, insultando a quien parecía ser el jefe de la manifestación. Algunas de las pocas mujeres que eran parte del corte la separaron con empujones a lo que ella respondía con más agravios. Drumond, el menos miedoso de los dos, se animó a romper nuestro silencio dirigiéndose al supuesto cabecilla:

- ¿Qué pasó jefe?
- No te metas pibe, mejor volvé al coche.

Curiosos pero no zonzos, terminamos ahí nuestro dialogo con el líder del curioso piquete y nos dirigimos a la señora que se lamentaba en el mismo momento que la policía se hacía presente en el lugar.  Ésta vez me tocaba a mí abrir el dialogo y lo hice con la parquedad propia de quién nunca ha tenido demasiado éxito con el sexo opuesto:

- ¿Qué le pasa señora?
- Mi hijo, está en el auto volando de fiebre y estos hijos de puta no me dejan pasar. No se qué hacer, estoy desesperada.

Unos minutos después un par de oficiales tomaron conocimiento de este particular asunto y llamaron al líder piquetero que tan mal nos había tratado a nosotros y a aquella pobre mujer. Después de hablar unos cuantos minutos apartados en la banquina, el jefe del operativo policial y el mandamás de la manifestación se dieron la mano. Una vez de nuevo en la ruta, el cabecilla hizo una seña para que su gente se abriera y dejaran pasar al auto que transportaba al chico enfermo. La señora no tuvo tiempo de agradecer pero en su cara habían vuelto los colores que nadie le conocía y un gesto de absoluta satisfacción le ocupó el rostro. Al ver perderse el auto en el horizonte, el piquetero se dirigió directamente al comisario:

- Mira que esto lo hago para no traerte bardo a vos nada más, eh. Por mí, que el pibe se muera y le explote el quilombo a Conte. Nosotros vamos a full con Fontana.

Una vez levantado el corte seguimos nuestro viaje hasta la ciudad de Santiago del Estero con los n misteriosos mencionados nombres, Conte y Fontana, retumbándonos en la cabeza. El misterio tardó poco en develarse ya que al entrar a la capital fue imposible dejar de conocer quiénes eran esos dos personajes. Para donde quiera que corriéramos la vista: Ya sean paredes, postes, garitas, teléfonos públicos, se podían apreciar sus rostros sonrientes en unos coloridos volantes publicitarios. Ya en el centro, las figuras se magnificaron y no se limitaban a unos folletos tamaño cuadernillo sino que las imágenes del “Gordo Conte” y del “Perro Fontana” se dejaban ver en amplísimos carteles con sus respectivas leyendas. Por un lado Conte era “Su intendente”, mientras que Fontana  respondía a “Su elección de confianza”.

Lejos de querer inmiscuirnos en la contienda electoral (cosa que indirectamente en el futuro se nos haría imposible),  decidimos que lo mejor era prepararnos para el clásico de Santiago del Estero entre el Club Atlético Mitre y el Club Atlético Central Córdoba, ambos pertenecientes a la pintoresca capital de la provincia.

La tarde se prestaba para vivir cómodamente el clásico, la temperatura era agradable y unas cuantas nubes nos protegían del incipiente sol santiagueño. El partido también contribuía, ambos equipos nos sorprendieron gratamente con sus estilos ofensivamente bielsistas, que combinados con unas defensas honestamente impresentables y mediocampistas totalmente desaparecidos formaban un cóctel decididamente entretenido.    

Pero una vez más, las respuestas se encontraban de la línea de cal para afuera. La barra de Central Córdoba nos sorprendió al canto de “Conte, compadre…” (Ya todos sabemos cómo termina la famosa rima) y la sorpresa fue a un mayor cuando divisamos entre tirantes blancos y negros al “Perro Fontana”, el piquetero que nos había demorado en la ruta, parado en uno de los paravalanchas. Los aurinegros no tardaron en responder, “Che Fontana, che Fontana, que amargado se te ve, Conte es el Intendente, y va serlo otra vez”. Póker de ases, la carta que nos faltaba cayó en la mesa y estábamos en condiciones de apostar todo a que el clásico en el que nos encontrábamos poco tenía que ver con el Central Córdoba y el Mitre, le encontramos una nueva acepción al término “partido político”, no se estaba disputando un encuentro futbolístico, se estaba disputando una elección que finalizó 2 a 2 por lo que la “Copa Ciudad” debía decidirse en una especie de “Ballotage de penales”. 

Increíblemente, Central Córdoba que militaba en una categoría más alta y había jugado un poco mejor, mandó los primeros tres penales al alambrado, los pateadores de Mitre, en cambio, habían acertado sus dos primeros disparos y su 10 y figura acomodaba la pelota en el punto penal para liquidar el partido, o la elección, ya me cuesta distinguirlos. En ése mismo momento, la barra de Fontana logró terminar de descocer el alambrado y entró en bandada al campo de juego a agredir a los jugadores de Mitre, los primeros en avivarse juntaron a sus compañeros e intentaron llegar corriendo al vestuario en un intento inútil, los barras de Central los “emboscaron” en la manga y los hicieron cobrar de lo lindo hasta el momento en que, enfurecidos, los violentos del Mitre lograron también culminar su boquete e ingresaron al césped al rescate de sus golpeados jugadores.

A los pocos segundos, nos encontrábamos en presencia de un enfrentamiento digno de la recreación fílmica de la batalla de Stirling con la exagerada dirección de Quentin Tarantino, entre una maraña de matungos sacudiéndose hasta el hartazgo volaban butacas, piedras, palos, fierros y vaya a saber uno que cosas más bajo la atenta y pasiva mirada de la policía que esperaba su ingreso a escena detrás de los carteles de publicidad. Cuando por fin “La ley” entró en acción y el desbande fue aún mayor, nos encontrábamos parados en una popular totalmente desierta (Los violentos se encontraban en el campo y los demás habían huido despavoridamente a sus hogares). Mi compañero que permanecía boquiabierto desde hacía unos minutos, tosió para desroncar su voz, probablemente por estar al borde de las lágrimas, y me comentó:

- A veces me da vergüenza, está todo contaminado.

- ¿Y qué esperabas Drumond? El fútbol es poder.


Por Sarra y Rawson